TRADUCCIÓN DE POESÍA RUSA

26.4.14

Arseni Tarkovki para la Revista Détour




Pasión indómita| por Natalia Litvinova

Soy de los que sacan redes repletas de inmortalidad.
Arseni Tarkovski

Conocemos la obra del padre a través de la obra del hijo. Recordamos una escena de la película El espejo de Andrei Tarkovski: una mujer inclinada se lava el cabello con manos ajenas, como de otro cuerpo. El techo cae a pedazos y cada objeto es decorado de un recuerdo que comienza a borrarse. Nos detenemos en la voz en off que en el comienzo del film recita un poema: no sé a dónde fuimos llevados  / ante nosotros se abrían, como espejismo, / las ciudades milagrosas. Es la voz del poeta Arseni Tarkovski, el padre del cineasta. Arseni nació en 1907 en la ciudad de Elizavetgrad.  Creció en un ambiente artístico, sus padres fueron amantes de la literatura y del teatro, escribieron poemas y piezas teatrales que se representaron dentro del entorno familiar. Su padre, Aleksandr Tarkovski, llevaba al pequeño Arseni a reuniones de poesía, concurridas por los más importantes poetas de la época. Arseni escribió luego que el destino iba detrás de él, como un loco con una navaja en la mano. Cuando tenía doce años, el poeta simbolista Fiodor Sologub, le dijo: joven, sus poemas son malos, pero no pierda las esperanzas, escriba, es posible que de esto resulte algo. El joven Arseni tomó en serio estás palabras y nunca se alejó de la poesía. En cierta ocasión, el poeta Osip Mandelstam, luego de escuchar los versos de Arseni, dijo con humor: ya existe un Mandelstam, no es necesario otro más. Años después, fue el mismo Arseni quién se atrevió a corregir un poema de Mandelstam, diciéndole: la rima en ese verso suyo es inexacta.

Tarkovski forjó amistad con los escritores de su generación y también con los escritores "clásicos" de su época, ambas influencias enriquecieron su escritura. Tarkovski fue el último amor de Marina Tsvetáeva. Los poetas se conocieron cuando Marina regresó del exilio, en 1939. En esa época, la vida de Marina no era sencilla, no tenía trabajo y todos se habían apartado de ella. Tsvetáeva y Tarkovski se llamaban, paseaban por Moscú e intercambiaban poemas. Pronto lo invitaré – por la tarde – a escuchar poemas (míos)… Por eso le pido su dirección, para que la invitación no yerre… Ruego que estas cartas no se las muestre a nadie. Soy una persona solitaria. Y le escribo a usted, no hay necesidad de terceros, dice Marina en una carta a Tarkovski. Arseni confesó que le gustaban los amores trágicos pero Marina era demasiado intensa y “filosa” para él. En el año 1946 conoció a la gran poeta Anna Ajmátova. Recordará ese día como uno de los más importantes de su vida, esta amistad duró hasta la muerte de Ajmátova, pérdida que no sabía si podría sobrellevar. En una reseña de la primera antología de Tarkovski, Anna Ajmátova escribió: Esta nueva voz en la poesía rusa resonará en el futuro. Sobre la poesía de Tarkovski se pensará y se escribirá mucho. Tatiana Chapliguina escribió que Ajmátova y Tarkovski coincidían en su relación con la palabra poética, para ambos era un don profético, que incluía la memoria, el destino y la historia.

El primer libro de Tarkovski se publicó en 1962, el mismo año la opera prima de su hijo Andrei fue premiada en el Festival de Venecia. A los 55 años empezó a ser reconocido como poeta, hasta entonces se había dedicado a la traducción, de esa época se desprende una anécdota peculiar: en una oportunidad, le encargaron la traducción de la lírica amorosa de un joven poeta georgiano, llamado Iósif Dzhughashvili, quien luego sería conocido como Stalin. Pero ese trabajo no se llevó a cabo.
La poesía de Arseni Tarkovski conserva la tradición estética del Siglo de Plata pero porta un sello personal. Sus poemas reflejan la percepción del mundo de la generación posterior a la revolución, no rechazan los vínculos con el pasado ni dejan de lado el presente. En una carta a su hijo Andrei, Arseni escribió: somos muy parecidos. Ambos tendemos a lanzarnos a cualquier precipicio que nos llame, nuestra vista se estrecha tanto que no somos capaces de ver otra cosa, excepto ese pozo al que deseamos arrojarnos. Pero aclaró que siempre tuvo un resguardo: la pasión indómita por la poesía.



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