“Mandelstam entraba corriendo sin saludar, buscaba
al "mecenas" que le pagaría a su cochero”, se acordaba el poeta Gueorgui
Ivanov. Después se tiraba en el sillón,
exigía coñac en el té para calentarse, e inmediatamente volcaba la taza sobre
tapiz o sobre el escritorio. Siempre
estaba helado porque en invierno andaba con un ligero abrigo de otoño. Una vez
iba junto al poeta Nikolai Gumiliov en el carruaje, mantenían una disputa
literaria. Gumiliov empezó a notar
que las venenosas réplicas de Osip se
volvían cada vez más breves, hasta que de pronto Mandelstam, completamente
entumecido, cayó sobre sus rodillas. Se había helado sin darse cuenta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario