Maiakovsky, con las manos en los bolsillos y las piernas separadas, espera en la recepción del jefe de contabilidad:
— Compañero contador, es la cuarta vez que vengo para solicitarle el dinero que me deben por mi trabajo.
— El viernes, compañero Maiakovsky. El viernes que viene puede venir a retirarlo.
— Compañero contador, no habrá ningún otro viernes. Ningún quinto viernes, ningún sexto viernes, ningunos séptimo viernes... ¿Está claro?
— Pero comprenda, compañero Maiakovsky, en la caja no hay ni una sola moneda.
— Compañero contador, le pregunto por última vez …
El contador interrumpe:
— ¡Lo que no puede ser no puede ser, compañero Maiakovsky!
Entonces Maiakovsky se quita el saco, lo cuelga en respaldo amarillo del asiento y comienza a arremangar las mangas de su camisa de seda.
El contador mira horrorizado las manos grandes, la potente figura, la mandíbula maciza del rostro que no sonríe. "Seguro que me muele a golpes", — susurra el contador. Maiakovsky se acerca despacio mientras continúa arremangando la manga derecha.
"Y bueno, ahora me romperá la cara", — balbucea el contador, cubriéndose las mejillas con las manos.
— Compañero contador, ahora mismo, en su respetado gabinete, realizaré la danza del zapateo, y lo haré hasta que me traiga personalmente el dinero que me debe por mi trabajo.
Jajaja, a eso se le llama un desenlace inesperado. ¿La anécdota es ficticia, la contaba alguien... ?
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