Foto. A. Kazakov |
La ascensorista Masha roza los cuarenta.
Mastica tristemente girasol,
¡hay tanto de atolondramiento infantil
en ella,
y de inconsciencia femenina alborotada!
Se hizo amiga de Tónechka,
una muchacha blanca y flacucha,
víctima de un padre juerguista,
que exhausta estudia en la escuela.
Obsrvé que,
con timidez, infantilmente
cantan juntas en la entrada.
Oí que
empezaba a cantar Tónechka.
Con voz fina, muy fina.
Entonación prolongada y pulcra...
¡Ah, qué bien le salía!
Y Masha la acompañaba,
abrazándola,
como si fuera la mamá.
Cantan sufriendo y gozando,
dos tristezas,
la infantil y la femenina.
Ah, canten,
canten un poco más,
y con más tristeza,
con voz más fina.
Canten
hasta el cansancio...
Nunca sabrán
que yo,
agradecido con el azar
escucho su canción,
y con la mano en la mejilla
acompaño su canto en silencio.
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