En el funeral de alguien desconocido,
de un colega huraño,
me invadió ese miedo
inexpresable,
no supe qué decir sobre el hombre.
Me encontré con él sólo una vez,
de casualidad, en un pasillo,
su rostro entre el humo azul
de un cigarrillo que ya pasó de moda.
El sudor rodaba por su cara gorda.
Tenía labios grandes y torcidos.
¿Sabe usted que pasado mañana
van a visitarlo sus amigos y va a sonar la música?
Pero no lo ángeles. Es que ellos odian los
cuerpos,
los ataúdes, las tumbas.
los ataúdes, las tumbas.
Ellos se secan las lágrimas y lo esperan,
querido amigo.
... Son sólo palabras, palabras, palabras,
palabras, y esta sensación de deber que
me desborda,
estuve tres minutos cerca del foso,
desgraciado, mudo y un poco borracho.
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