En
el cementerio blanco paseábamos
leyendo
las fechas, los nombres.
Imaginábamos
que la muerte era una anciana.
Pero
ella, alinegra,
importuna,
volaba sobre vos
y
sobre mí
cual
mariposa nocturna.
Quería
delinearnos
con
un orlado fúnebre.
Era
un agosto cálido, al atardecer.
Vos
no entendías,
yo no decía nada.
Qué bueno!
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